La oreja de los
delincuentes reclama la atención de la Policía
Foto de Christof
Görs en Unsplash
Acostumbrados a hablar de la enorme importancia que ha
tenido y sigue teniendo en la investigación criminal la huella de los dedos
(huellas dactilares, que ha dado origen a la dactiloscopia), hablar de la
huella de la oreja parece una broma. Pero no, no lo es. Sin pretender, ni de
lejos, hacer sombra a las huellas de los dedos, la huella de la oreja se está
haciendo poco a poco un pequeño hueco en la investigación de ciertos delitos, y
en especial los robos en domicilios. ¿Cómo es posible?
La huella que deja cualquier parte del cuerpo cuando se
pone en contacto con una superficie está formada por grasa, descamación y sudor
que estaban en la piel. Y todo ello pasa a la superficie con la que contacta.
En el caso de la oreja es lo mismo, y esa huella que deja se denomina otograma.
La primera cuestión que llamará la atención del lector es
que, si bien es comprensible que los dedos vayan dejando huellas sobre los
objetos que tocan o cogen, no se imagina a ningún delincuente tratando de coger
un monedero con la oreja, por lo que no se entiende que esta parte de nuestra
anatomía vaya dejando huellas en el lugar del delito. Pero esta paradoja tiene
una respuesta lógica, que explica el interés de la Policía por los otogramas:
en algunas ocasiones, el delincuente que está pensando asaltar una vivienda
trata de escuchar si hay gente en el interior de la misma, y para ello pega la oreja
a la puerta. Craso error.
Como el lector ya habrá imaginado, al hacerlo, la oreja del
asaltante dejará una huella en la puerta, de forma que la Policía, cuando llega
a una vivienda que acaba de ser asaltada, lo primero que hará, tras tratar
inútilmente de calmar a los propietarios, será echar sus famosos polvitos en la
puerta de entrada, en busca de un otograma.
La del otograma es una técnica relativamente nueva y, lo
que es muy importante, poco conocida. Y digo que es importante que sea poco
conocida porque, así como todo delincuente que se precie tomará medidas para no
dejar huellas dactilares, muchos serán los que no tomen parecidas prevenciones
con la huella que puede dejar su oreja, por ignorar lo relativo al tema. (Por
cierto, si hubieran leído este blog, no cometerían ese error). Y digo que es
relativamente nueva porque la primera identificación de un delincuente por este
método se realizó en Suiza en 1965. En nuestro país, la primera vez que se
utilizó para condenar a un acusado fue en 2001. En otros países, como Holanda,
las sentencias basadas en este método de identificación superan los dos
centenares.
Además de que muchos delincuentes no están prevenidos
contra ella, la huella de la oreja tiene otra ventaja sobre su principal
competidora, la huella dactilar, y es que permite estimar la altura del
propietario de la oreja. En efecto, hay tablas que relacionan ambos parámetros,
de forma que, si tenemos un otograma y su altura desde el suelo, podremos
desechar en principio la participación de ciertos sospechosos demasiado altos o
bajos, lo que nos permitirá centrar nuestras pesquisas en aquellos cuya altura,
según su ficha policial, coincida aproximadamente con los datos obtenidos del
otograma en el lugar del delito. Por otra parte, ya se están confeccionando
archivos de otogramas de delincuentes para poder cotejar con ellos los
obtenidos en las puertas de los domicilios asaltados.
En relación con el otograma como método de identificación,
varias son las cuestiones que debían resolverse para su utilización válida en
ámbitos policiales y judiciales. En primer lugar, hay que estar seguros de que
sea prácticamente imposible que dos personas diferentes tengan la misma huella.
La segunda cuestión es confirmar que la misma persona dejará siempre la misma huella.
Por último, también había que desarrollar procedimientos de comparación que,
además de permitirnos asegurar la identidad de dos huellas, nos permita buscar
en una base de datos de otogramas, al igual que se hace con las huellas
dactilares. Actualmente, estas tres cuestiones están resueltas favorablemente.
A este respecto, cabe destacar que el tema de la huella de
la oreja ha sido materia de una tesis doctoral recientemente presentada en
España, con la que ha obtenido sobresaliente cum laude Aitor Curiel,
criminólogo especialista en Medicina Legal y Forense. Basándose en más de 1.000
otogramas, Curiel ha demostrado la validez jurídica de esta prueba. Comprobó
que, incluso en el caso de gemelos monocigóticos (idénticos), las huellas de
sus orejas eran diferentes, al igual que ocurre con las de sus dedos. También
demostró que, a pesar de que las orejas cambian ligeramente con los años, la
misma persona deja siempre la misma huella. Por último, validó el método de
comparación de huellas por superposición de las mismas, frente a otros métodos
alternativos que arrojaron peores resultados, y desarrolló un sistema de
clasificación que permite buscar un otograma determinado en una base de datos
de otogramas.
Quizá, dentro de unos años, al ir a renovar el DNI, el funcionario
de turno nos tome, además de una huella de nuestro dedo índice, otra de la
oreja.
De momento, parece más bien una broma, pero nunca se sabe.
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