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Planteamiento del debate:
El delito de violación me ha parecido siempre el más
odioso, cobarde y repugnante de los delitos, por encima incluso del de
asesinato. Como hombre, la frase que da título a este debate me rebela. Sin
embargo...
Vamos
a dejar que mi personaje favorito, Cecilia, exprese su opinión al respecto, ya
que puede servir de punto de partida. El texto está basado en un fragmento de La mano que lo
mueve, el Libro III de la Tetralogía
de la niña desaparecida:
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—Pues
yo jamás —protestó Bermúdez—, bajo ninguna circunstancia, violaría a una mujer.
Y lo mismo digo de la inmensa mayoría de los hombres.
—No
estés tan seguro.
—¿Qué
quieres decir con eso?
—Me
refiero a lo que dicen algunas mujeres de que todo hombre es un violador en
potencia.
—¡Eso
es una gilipollez! —saltó, irritado.
Ella
pareció que se quedaba cortada ante la agresividad de su padre, pero luego
debió de pensar que esa batalla había que pelearla y dijo:
—No
te lo tomes como una alusión personal, por supuesto, pero creo que hay datos
que abonan esa frase, siempre que se considere que al decir todos nos referimos
a una mayoría, y al decir en potencia se quiere decir que podría ser un
violador bajo ciertas condiciones, como estar sometido a un gran estrés y en
condiciones de absoluta impunidad, como ocurre en las guerras, por ejemplo.
—¡Eso
es una chorrada! —insistió, todavía agresivo—. Aun en las guerras, son una
mínima parte los hombres que hacen esas barbaridades. Ni uno de cada cien,
diría yo.
—¿Tú
crees? Déjame que te dé unos datos: En la guerra de Bosnia, en 1992, entre
20.000 y 50.000 mujeres fueron violadas, la mayoría por grupos de soldados
serbios. Durante el genocidio de Ruanda, en 1994, 500.000 mujeres fueron
violadas. Cuando la Unión Soviética invadió Alemania, al final de la Segunda
Guerra Mundial, se estima que más de dos millones de mujeres y niñas alemanas
fueron violadas por los soldados soviéticos, y la mitad de ellas lo fueron en
violaciones en grupo; y fíjate bien en ese detalle, que luego veremos que es
muy importante. Durante la ocupación de Nanking...
—¡Vale,
vale! Que sí, que eso ha ocurrido a veces, pero sigo diciendo que...
—Todo
eso —le interrumpió Cecilia, lanzada—, reconocerás que no lo hicieron cuatro
psicópatas, sino que forzosamente tuvo que participar una parte muy importante
de los hombres, que estaban, eso sí, en situación de estrés y se sentían con
una impunidad absoluta.
—Pero...
—Massil
Benbouriche, un hombre —recalcó—,
que es un doctor francés especializado en psicología y criminología, hizo un
estudio, aunque reconozco que discutido, sobre 129 chicos jóvenes de 21 a 35
años, y el treinta por ciento de ellos reconoció que, si tuviera impunidad
absoluta, llegado el caso violaría a una mujer. Pero hay que tener en cuenta
que ese es el porcentaje que lo reconoció, y habría que ver cuántos más
estarían dispuestos a hacer lo mismo, pero no lo reconocieron.
—¡Que
sí, que sí! ¡Para ya! —gritó Bermúdez, para cortar la profusión de datos que
llovían sobre él, muchos de ellos provenientes de la tesis que estaba haciendo
su hija, que tenía mucho que ver con el tema que discutían.
—Es
que, si te pones a gritar, no me dejas entrar en la parte que me parece más
relevante del tema.
—¡A
ver, rica, pues suéltala!
—Es
solo una aproximación, desde el punto de vista probabilístico, pero creo que puede
ser interesante. Se parte de que un porcentaje elevado de las violaciones en
tiempos de guerra se cometen en grupo. Supongamos que esos grupos, como es
habitual, se han formado aleatoriamente, es decir, que nadie ha podido elegir
quiénes van a ser sus compañeros. Eso es importante para que lo que voy a decir
tenga sentido.
—¡Vale!
—Y
supongamos, por poner algo, que esos grupos, que tienen cierta autonomía en su
actuación, están formados por cinco hombres. Por ejemplo, un pelotón típico de
cuatro soldados y un sargento.
—Vale,
pues sigue. Grupos de cinco hombres.
—Supongamos
ahora que ese grupo, durante una guerra, ocupa una casa en la que hay una o
varias mujeres, y nunca nadie podrá acusarles de nada, hagan lo que hagan. Es
decir, que tienen una impunidad absoluta. Y supongamos, de forma muy
conservadora, por lo que hemos visto, que la probabilidad a priori de que un
hombre sea un violador en potencia sea de un diez por ciento. Y digo que es muy
conservadora, pero reconocerás que no deja de ser una barbaridad.
—Yo
pondría un uno por ciento, como mucho.
—Sería
peor para tu teoría, así que dejémoslo en ese diez por ciento.
—¿Peor?
Bueno, venga, termina, que estás un poco pesada con tanta matemática.
—Entonces,
la pregunta es: ¿Cuál es la probabilidad de que esas mujeres sean violadas por
el grupo? Y cuando digo por el grupo, quiero decir por todos los hombres del
grupo, como es lo habitual cuando ocurre eso.
—Pues...
—empezó, y su mente quedó encallada en un banco de arenas matemáticas.
—La
probabilidad de que el primer soldado sea un violador es del diez por ciento,
como hemos dicho —empezó ella—. La del segundo, lo mismo, un diez por ciento,
de forma que la probabilidad de que lo sean los dos primeros es de una entre
cien. Que lo sea además el tercero, de una entre mil; el cuarto, de una entre
diez mil, y que lo sea también el quinto, es decir, la probabilidad de que lo
sean los cinco, de una entre cien mil.
—¡Pues
eso!, que es muy difícil que...
—¡Piensa
en lo que dices, papá!
—Ehhh...
—Si,
partiendo de que la probabilidad individual es del diez por ciento, se llega a
que la probabilidad de una violación grupal es de una entre cien mil, y si
tenemos en cuenta que las violaciones grupales son muy frecuentes en las
guerras, la conclusión es que la probabilidad de que un hombre sea un violador
en potencia es mucho mayor que ese diez por ciento del que hemos partido, que
ya era muy alto.
—Pero...
—Si
en vez del diez por ciento, fuera del cincuenta por ciento, la probabilidad de
que un grupo de cinco hombres cometa una violación grupal en una situación de
absoluta impunidad, sería de... —calculó— de un tres y pico por ciento. Y, a
tenor de las cifras que te he dado antes, sigue siendo demasiado baja, luego la
probabilidad individual debería ser también bastante mayor de ese cincuenta por
ciento.
—No
sé... —dijo él, que no sabía muy bien cómo rebatir esos argumentos.
—Si
supusiéramos que cada soldado tiene una probabilidad de un ochenta por ciento
de ser un violador en potencia, la probabilidad de que las mujeres fueran
violadas por el grupo sería del... treinta y tres por ciento, lo que ya va
pareciendo algo razonable, según las cifras que hemos visto antes. Pero hemos
tenido que subir hasta el ochenta por ciento, papá. Es decir, que un hombre
cualquiera tendría una probabilidad de un ochenta por ciento de ser un violador
en potencia.
—Pero
esos cálculos que dices... —empezó, confuso y dubitativo, pues no los había entendido
bien.
—Ya
lo sé: son solo una aproximación. Pero este simple tanteo sobre la probabilidad
de una violación grupal da unas cifras tan concluyentes, tan brutales, que hay
que aceptar que, aunque partiéramos de otros datos, se puede concluir que la
afirmación de que todo hombre es un violador en potencia se acerca bastante a
la realidad. En todo caso, no es ninguna tontería.
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Bien; esa es la opinión de Cecilia. Pero...
¿Y tú qué opinas?
Francisco Torroja:
Yo opino, que, por desgracia, Cecilia tiene bastante razón. Su planteamiento matemático es solo una aproximación, pero es tan contundente que te da mucho qué pensar.