domingo, 23 de febrero de 2025

¿Qué es la novela negra realista?

 

 

Foto del autor

 

La novela negra tradicional

 Aunque hay excepciones, la novela negra tradicional (y, más aún, la policiaca) suele presentar en sus páginas una acción trepidante y algo fantasiosa: puñetazos, persecuciones, tiroteos... El protagonista es con frecuencia un joven guapo, musculoso, inteligente y seductor. Y, como buen seductor que es, necesita que aparezca la chica de turno, en una de dos versiones: o bien en el papel de mujer fatal o en el de chica indefensa necesitada de protección.

 

 El valor principal es la acción y el entretenimiento, y a ellos se subordinan otras cuestiones como la profundidad psicológica de personajes y comportamientos y la credibilidad y coherencia del argumento. Por ello, con frecuencia los personajes resultan un tanto acartonados, ya que el ritmo frenético no permite entretenerse demasiado en conocerlos. Y los finales pueden ser forzados o poco creíbles.

 

 En estas novelas tampoco se obedecen siempre determinadas cuestiones legales, organizativas o de simple lógica. Por ejemplo, un inspector de policía puede investigar un crimen cometido en un pueblo de Castilla, sin que se tenga en cuenta que, en España, la investigación sería competencia de la Guardia Civil y no de la Policía.

 

 La novela negra realista

 Por el contrario, la novela negra realista, sin renunciar en absoluto a entretener con un argumento apasionante, crea una trama lógica y creíble, en la que el comportamiento de los personajes tiene coherencia interna, es decir, que dichos personajes actúan según su forma de ser, su psicología y sus intereses, y no solo para encajar en el guion.

 

 Además, se tienen en cuenta las limitaciones legales y científicas que condicionan la conducta de la policía. Por ejemplo, nunca se verá en una novela negra realista a un inspector recoger pruebas sin cumplir escrupulosamente el protocolo al que le obliga la ley al hacerlo. Porque sabe que, si no lo cumple, esas pruebas serán nulas en un juicio.

 

 Y aquí entramos en un aspecto muy importante: el lector puede aprender en las páginas de la novela negra realista aspectos interesantes de la investigación policial: cuestiones legales, psicológicas, forenses, criminalísticas, organizativas... Por ejemplo, el lector se da cuenta de la importancia de la figura del juez instructor, que es quien dirige las investigaciones de los delitos (en España y en muchos países, aunque en otros es el fiscal), y es una figura que rara vez aparece en la novela negra tradicional.

 

 Por lo anterior, puede decirse que la novela negra realista se acerca mucho al true crime.

 

 Mis libros

 Mis tres primeros libros (El mar infinito y otros relatos, Hija de la nada y La huella de la bestia), aunque tocan temas afines, no son propiamente novelas negras.

 

 Es en la Serie del Inspector Bermúdez, con La tarántula y, sobre todo, la Trilogía de la mujer muerta y la Tetralogía de la niña desaparecida, donde me sitúo de lleno en la novela negra realista. En la trilogía se cuenta en los tres libros una única historia, y otro tanto ocurre con la tetralogía, en cuatro. Son historias largas y apasionantes, de fácil lectura, que os mantendrán muchas horas pegados a sus páginas. Y son pura novela negra realista.

 

 Tanto en la trilogía como en la tetralogía, para estar lo más seguro posible del terreno que piso, he contado con el asesoramiento de una psicóloga, un policía y una abogada. Les envío desde aquí mi agradecimiento por su trabajo y su paciencia.

 

sábado, 25 de noviembre de 2023

Primer debate: ¿Son todos los hombres violadores en potencia?

Foto de Alexander Krivitskiy en Unsplash

 

Planteamiento del debate:

El delito de violación me ha parecido siempre el más odioso, cobarde y repugnante de los delitos, por encima incluso del de asesinato. Como hombre, la frase que da título a este debate me rebela. Sin embargo...

Vamos a dejar que mi personaje favorito, Cecilia, exprese su opinión al respecto, ya que puede servir de punto de partida. El texto está basado en un fragmento de La mano que lo mueve, el Libro III de la Tetralogía de la niña desaparecida:

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—Pues yo jamás —protestó Bermúdez—, bajo ninguna circunstancia, violaría a una mujer. Y lo mismo digo de la inmensa mayoría de los hombres.

—No estés tan seguro.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Me refiero a lo que dicen algunas mujeres de que todo hombre es un violador en potencia.

—¡Eso es una gilipollez! —saltó, irritado.

Ella pareció que se quedaba cortada ante la agresividad de su padre, pero luego debió de pensar que esa batalla había que pelearla y dijo:

—No te lo tomes como una alusión personal, por supuesto, pero creo que hay datos que abonan esa frase, siempre que se considere que al decir todos nos referimos a una mayoría, y al decir en potencia se quiere decir que podría ser un violador bajo ciertas condiciones, como estar sometido a un gran estrés y en condiciones de absoluta impunidad, como ocurre en las guerras, por ejemplo.

—¡Eso es una chorrada! —insistió, todavía agresivo—. Aun en las guerras, son una mínima parte los hombres que hacen esas barbaridades. Ni uno de cada cien, diría yo.

—¿Tú crees? Déjame que te dé unos datos: En la guerra de Bosnia, en 1992, entre 20.000 y 50.000 mujeres fueron violadas, la mayoría por grupos de soldados serbios. Durante el genocidio de Ruanda, en 1994, 500.000 mujeres fueron violadas. Cuando la Unión Soviética invadió Alemania, al final de la Segunda Guerra Mundial, se estima que más de dos millones de mujeres y niñas alemanas fueron violadas por los soldados soviéticos, y la mitad de ellas lo fueron en violaciones en grupo; y fíjate bien en ese detalle, que luego veremos que es muy importante. Durante la ocupación de Nanking...

—¡Vale, vale! Que sí, que eso ha ocurrido a veces, pero sigo diciendo que...

—Todo eso —le interrumpió Cecilia, lanzada—, reconocerás que no lo hicieron cuatro psicópatas, sino que forzosamente tuvo que participar una parte muy importante de los hombres, que estaban, eso sí, en situación de estrés y se sentían con una impunidad absoluta.

—Pero...

—Massil Benbouriche, un hombre —recalcó—, que es un doctor francés especializado en psicología y criminología, hizo un estudio, aunque reconozco que discutido, sobre 129 chicos jóvenes de 21 a 35 años, y el treinta por ciento de ellos reconoció que, si tuviera impunidad absoluta, llegado el caso violaría a una mujer. Pero hay que tener en cuenta que ese es el porcentaje que lo reconoció, y habría que ver cuántos más estarían dispuestos a hacer lo mismo, pero no lo reconocieron.

—¡Que sí, que sí! ¡Para ya! —gritó Bermúdez, para cortar la profusión de datos que llovían sobre él, muchos de ellos provenientes de la tesis que estaba haciendo su hija, que tenía mucho que ver con el tema que discutían.

—Es que, si te pones a gritar, no me dejas entrar en la parte que me parece más relevante del tema.

—¡A ver, rica, pues suéltala!

—Es solo una aproximación, desde el punto de vista probabilístico, pero creo que puede ser interesante. Se parte de que un porcentaje elevado de las violaciones en tiempos de guerra se cometen en grupo. Supongamos que esos grupos, como es habitual, se han formado aleatoriamente, es decir, que nadie ha podido elegir quiénes van a ser sus compañeros. Eso es importante para que lo que voy a decir tenga sentido.

—¡Vale!

—Y supongamos, por poner algo, que esos grupos, que tienen cierta autonomía en su actuación, están formados por cinco hombres. Por ejemplo, un pelotón típico de cuatro soldados y un sargento.

—Vale, pues sigue. Grupos de cinco hombres.

—Supongamos ahora que ese grupo, durante una guerra, ocupa una casa en la que hay una o varias mujeres, y nunca nadie podrá acusarles de nada, hagan lo que hagan. Es decir, que tienen una impunidad absoluta. Y supongamos, de forma muy conservadora, por lo que hemos visto, que la probabilidad a priori de que un hombre sea un violador en potencia sea de un diez por ciento. Y digo que es muy conservadora, pero reconocerás que no deja de ser una barbaridad.

—Yo pondría un uno por ciento, como mucho.

—Sería peor para tu teoría, así que dejémoslo en ese diez por ciento.

—¿Peor? Bueno, venga, termina, que estás un poco pesada con tanta matemática.

—Entonces, la pregunta es: ¿Cuál es la probabilidad de que esas mujeres sean violadas por el grupo? Y cuando digo por el grupo, quiero decir por todos los hombres del grupo, como es lo habitual cuando ocurre eso.

—Pues... —empezó, y su mente quedó encallada en un banco de arenas matemáticas.

—La probabilidad de que el primer soldado sea un violador es del diez por ciento, como hemos dicho —empezó ella—. La del segundo, lo mismo, un diez por ciento, de forma que la probabilidad de que lo sean los dos primeros es de una entre cien. Que lo sea además el tercero, de una entre mil; el cuarto, de una entre diez mil, y que lo sea también el quinto, es decir, la probabilidad de que lo sean los cinco, de una entre cien mil.

—¡Pues eso!, que es muy difícil que...

—¡Piensa en lo que dices, papá!

—Ehhh...

—Si, partiendo de que la probabilidad individual es del diez por ciento, se llega a que la probabilidad de una violación grupal es de una entre cien mil, y si tenemos en cuenta que las violaciones grupales son muy frecuentes en las guerras, la conclusión es que la probabilidad de que un hombre sea un violador en potencia es mucho mayor que ese diez por ciento del que hemos partido, que ya era muy alto.

—Pero...

—Si en vez del diez por ciento, fuera del cincuenta por ciento, la probabilidad de que un grupo de cinco hombres cometa una violación grupal en una situación de absoluta impunidad, sería de... —calculó— de un tres y pico por ciento. Y, a tenor de las cifras que te he dado antes, sigue siendo demasiado baja, luego la probabilidad individual debería ser también bastante mayor de ese cincuenta por ciento.

—No sé... —dijo él, que no sabía muy bien cómo rebatir esos argumentos.

—Si supusiéramos que cada soldado tiene una probabilidad de un ochenta por ciento de ser un violador en potencia, la probabilidad de que las mujeres fueran violadas por el grupo sería del... treinta y tres por ciento, lo que ya va pareciendo algo razonable, según las cifras que hemos visto antes. Pero hemos tenido que subir hasta el ochenta por ciento, papá. Es decir, que un hombre cualquiera tendría una probabilidad de un ochenta por ciento de ser un violador en potencia.

—Pero esos cálculos que dices... —empezó, confuso y dubitativo, pues no los había entendido bien.

—Ya lo sé: son solo una aproximación. Pero este simple tanteo sobre la probabilidad de una violación grupal da unas cifras tan concluyentes, tan brutales, que hay que aceptar que, aunque partiéramos de otros datos, se puede concluir que la afirmación de que todo hombre es un violador en potencia se acerca bastante a la realidad. En todo caso, no es ninguna tontería.

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Foto de Sander Sammy en Unsplash

Bien; esa es la opinión de Cecilia. Pero...

¿Y tú qué opinas?

Francisco Torroja:

Yo opino, que, por desgracia, Cecilia tiene bastante razón. Su planteamiento matemático es solo una aproximación, pero es tan contundente que te da mucho qué pensar.