martes, 3 de octubre de 2023

El Arropiero (II)

Foto de Aron Visuals en Unsplash

 

Muchos motivos para matar, y todos irracionales

Hay que comenzar diciendo que el Arropiero reunía múltiples deficiencias de todo tipo. Además de la disfunción sexual comentada anteriormente (anaspermatismo), tenía trisomía XYY (en vez de lo normal en los hombres, XY), algo que en la época se consideraba causa de retraso mental y de una sexualidad y agresividad incontrolables. Si bien la ciencia actual desecha estas secuelas de la trisomía XYY, sí parece claro que, aunque no estuviera relacionada con ella, el Arropiero sufría una disminución intelectual bastante acusada, además de un defecto congénito en el habla que dificultaba entender lo que decía.

¿Cómo era la mente del Arropiero? Desde un punto de vista psiquiátrico, la cuestión no quedó clara en los estudios a que fue sometido antes del juicio. Parece que su mente reunía las características más dañinas que pueden darse en un criminal: posiblemente padecía algún tipo de psicosis, lo que no le permitía diferenciar con claridad lo que es real de lo que no lo es, y eso fue lo que le hizo inimputable desde el punto de vista penal, según el parecer de los expertos. Con algunas de sus víctimas, como veremos más adelante, cometió necrofilia, lo cual ya es un indicio bastante determinante de su enorme deterioro mental.

Pero, además, podría ser considerado como un psicópata, pues no sentía la menor emoción ni remordimiento después de cometer cualquiera de sus numerosos crímenes. La cruel educación recibida por parte de su padre, por añadidura, a buen seguro que ayudó a convertirle en lo que fue. Si unimos a todo lo comentado anteriormente un carácter brutal, una fuerza física desmesurada y un entrenamiento específico en la lucha cuerpo a cuerpo, tendremos una combinación letal de una peligrosidad extrema. Y su triste récord de ser el mayor asesino en serie de la historia de nuestro país lo confirma.

Pero, ¿por qué mataba? De nuevo nos encontramos con un caso atípico: la mayoría de los criminales siguen un determinado patrón; es decir, que asesinan por un motivo: les mueve el sexo, el dinero, la venganza o, tal vez, su carácter violento les hacía perder los papeles en el calor de una discusión. Sin embargo, al Arropiero cualquier motivo le parecía suficientemente bueno para matar, ya que era capaz de hacerlo por todos los ya señalados y quizá por otros, como el mero capricho.

Podemos comprobar lo anterior examinando cinco de sus asesinatos, en los que se entremezclan de forma extraña las motivaciones económicas, de mero capricho o sexuales, pero en muchos de ellos está presente una discusión previa por cualquier motivo. Era peligroso llevarle la contraria al Arropiero. Verá el lector que algunos de estos crímenes ponen los pelos de punta por su brutalidad o nimia motivación.

Su primer crimen lo cometió el 21 de enero de 1964, cuando aún no había cumplido, por tanto, los 21 años. Iba paseando por el campo cuando vio a un hombre durmiendo sobre un murete, con la cara tapada con su chaqueta para que no le molestase el sol. ¿Por qué cogió una piedra de grandes dimensiones y le golpeó con ella en la cabeza hasta matarlo? Probablemente, ni el propio Arropiero lo supo nunca, pero eso es lo que hizo. Después, le robó el poco dinero que llevaba encima y un reloj barato. También le robó una foto en la que aparecía una señora con gafas y una niña, según declaró años después. Sí, Adolfo Folch, cocinero, dejaba viuda y una hija. Un drama terrible para esas personas por un capricho y unas pocas pesetas.

Ya hemos comentado que, aunque no está presente en el homicidio anterior, la discusión previa es una pauta bastante común en sus asesinatos. Un ejemplo de ello fue lo que le ocurrió a Venancio Hernández Carrasco, un vecino de Chinchón (Madrid) el 20 de julio de 1968. Venancio estaba paseando por la orilla del río Tajuña, cuando se cruzó con un joven mal encarado que le pidió algo para comer. Venancio le contestó de mala manera, y el desconocido le propinó un golpe en la garganta que acabó con su vida. Después, arrojó su cuerpo al río. Como habrá adivinado el lector, el desconocido no era otro que el Arropiero.

También fue una discusión, pero en este caso aderezada con dinero y sexo, lo que acabó con la vida de un conocido y acaudalado empresario, Manuel Ramón Estrada Saldrich. Este mantenía relaciones sexuales por dinero con nuestro protagonista. El 4 de abril de 1969, este le quiso subir el precio del servicio de 200 a 300 pesetas, a lo que el empresario se negó. Tremendo error. La reacción del Arropiero no pudo ser más brutal: arrancó la pata a una silla y golpeó con ella a su cliente hasta dejarlo irreconocible. Cuando se dio por satisfecho, violó analmente a Manuel Ramón con el madero y le robó lo que llevaba encima. ¿Capricho? ¿Discusión? ¿Sexo? ¿Dinero? Quizá con un poco de cada cosa era suficiente.

Una discusión, en este caso por motivos sexuales, es de nuevo protagonista en el siguiente asesinato que vamos a recordar del Arropiero, el 3 de diciembre de 1970. La víctima fue Francisco Marín Ramírez, uno de los pocos amigos que tuvo Delgado Villegas en su vida. Su relación era en extremo chocante, pues Francisco era un joven tímido y sensible, muy culto e inteligente. Parece ser que mantenían relaciones sexuales, y el error que cometió en este caso la víctima fue proponerle a Manuel que le hiciera una felación. Pero el sexo oral, tanto con hombres como con mujeres, era algo que le repugnaba en extremo a nuestro protagonista. Su reacción, como tantas otras veces, fue tan brutal como desmedida: tragantón y al río. Que fuera su mejor amigo no importaba. Según declaró tiempo después, no fue la única víctima que murió como consecuencia de hacerle ese tipo de proposiciones.

A pesar de esos remilgos, el Arropiero realizaba unas prácticas sexuales espantosas, como podremos comprobar en el último ejemplo de sus muchos asesinatos, en este caso con una motivación exclusivamente sexual. Ocurrió el 23 de noviembre de 1969 en Mataró (Barcelona). Aquel día, bien entrada la noche, Anastasia Borella Moreno, una anciana de 68 años, enjuta y pequeña, de apenas 40 kilos de peso y 1,40 de estatura, regresaba de una dura jornada de trabajo fregando platos en un local. Fue entonces cuando la vio el Arropiero, que buscaba una mujer, y su suerte quedó echada.

A pesar de que podría haberla doblegado con facilidad debido a la enorme diferencia de edad, tamaño y fuerza, aquel hombre la golpeó en la cabeza por detrás con un ladrillo y la mató. A continuación, la cogió en brazos y la tiró por un puente de doce metros de altura hasta un cauce cenagoso. ¿Por qué hizo eso? La explicación es que al Arropiero le gustaba más tener relaciones sexuales con una mujer muerta que viva.

La imagen de un hombre copulando con el cadáver de una anciana muerta, con la cabeza reventada y los huesos de una pierna fracturados por la caída y fuera de su sitio, de noche, entre el fango sucio de un río pútrido pone en verdad los pelos de punta. Pero la cosa no quedó ahí. Al terminar, cubrió el cadáver con un plástico y unas piedras y se fue. Pero las cuatro noches siguientes volvió allí a violar de nuevo aquel cuerpo, ya en descomposición. Solo cuando unos niños lo encontraron y el cadáver fue rescatado detuvo su espantoso comportamiento.

Probablemente sea este último asesinato el que da la verdadera medida del deterioro mental del Arropiero. Los expertos que le examinaron en su día para ver si podía ser juzgado no fueron capaces de poner nombres y apellidos formales a las enfermedades mentales que le aquejaban y se limitaron al término genérico «enfermo mental», y a concluir que era inimputable.

Lo que vieron en él, al parecer, no estaba en los libros.

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