Truman Capote en 1959
Imagen de dominio público
La literatura de true crime —relatos basados en crímenes reales— ha ganado popularidad en las últimas décadas, tanto en formato documental (sobre todo, en Netflix) como en obras literarias.
Aunque en realidad no fue el primero en hacerlo, no hay duda de que el "culpable" de este auge fue Truman Capote con su célebre A sangre fría. Sin embargo, dicho auge no está exento de críticas. La reciente polémica en España por la publicación de una novela inspirada en el crimen de José Bretón ha reabierto un debate necesario: ¿es ético narrar con fines literarios tragedias que todavía duelen?
El caso que desató la polémica
José Bretón fue condenado por el asesinato de sus dos hijos, Ruth y José, en 2011. El crimen, uno de los más estremecedores de la historia reciente de España, dejó una huella profunda en la sociedad y, especialmente, en la madre de los niños, Ruth Ortiz. Recientemente, el intento de publicación de una novela que ficciona los hechos, El odio, de Luisgé Martín, inspirada claramente en el caso, provocó la indignación pública. Ortiz calificó la obra como una "nueva forma de violencia" y denunció el uso del sufrimiento de sus hijos como material narrativo sin su consentimiento.
Libertad creativa contra dolor ajeno
Los defensores de la novela apelan a la libertad de expresión y al derecho a la creación artística. Argumentan que el true crime puede contribuir a una mayor comprensión de la criminalidad, visibilizar fallos institucionales o servir como herramienta de reflexión colectiva. Además, sostienen que, si la obra no vulnera la ley ni difama a personas reales, su publicación es legítima.
Sin embargo, los detractores insisten en que no todo lo legal es necesariamente ético. En este caso, la crítica se centra en la revictimización que supone volver a exponer públicamente una tragedia tan brutal, sin que los familiares hayan dado su aprobación ni participado en la elaboración del relato. Muchos consideran que transformar un crimen real en entretenimiento literario banaliza el sufrimiento de las víctimas y sus allegados.
¿Información o espectáculo?
Uno de los problemas centrales del true crime novelado es la delgada línea que separa la documentación rigurosa de buscar el espectáculo. Mientras algunos autores adoptan un enfoque casi periodístico, otros optan por recursos dramáticos, diálogos inventados y caracterizaciones que buscan enganchar al lector. Esto plantea un dilema: ¿qué responsabilidad tiene el escritor respecto a la verdad y al impacto emocional de su obra?
Además, el hecho de lucrarse con historias basadas en hechos traumáticos ajenos introduce otra dimensión moral. ¿Se justifica el beneficio económico cuando la materia prima es el dolor de otros?
Caminos posibles
El debate no tiene una respuesta simple, pero invita a reflexionar sobre posibles medidas para evitar daños innecesarios. Algunas voces proponen que los escritores consulten o, al menos, notifiquen a los familiares antes de publicar, especialmente si el crimen aún es reciente o muy conocido. Otras sugieren establecer códigos éticos para la narrativa de true crime, similares a los del periodismo, que impongan ciertos límites en cuanto a veracidad, tratamiento de las víctimas y sensibilidad.
Conclusión
La literatura de true crime seguirá existiendo, porque responde a una curiosidad humana genuina por el mal, la justicia y el misterio. No obstante, eso no exime a autores y editoriales de su responsabilidad. El caso Bretón ha recordado que, detrás de cada crimen, hay personas reales marcadas por el dolor. Escribir sobre ello exige no solo talento narrativo, sino también empatía y prudencia. La pregunta clave no es si se puede escribir sobre un crimen, sino cómo y para qué se hace.
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