Imagen de KES47
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Los avances en los últimos años
El primer caso exitoso de utilización del ADN para
identificar (o desechar) a un sospechoso como autor de un crimen fue en
Inglaterra, en 1986. A partir de entonces, esa técnica pasó a ser fundamental
en el mundo de la criminología, porque permitía identificar en ciertos casos la
identidad del culpable de un crimen sin la menor duda. Pero era lenta, cara y
requería de una muestra grande. Y, sobre todo, se tenía el ADN encontrado en el
lugar del crimen, pero si no se tenía el ADN de algún sospechoso, no había nada
que hacer.
Pero desde entonces esta tecnología ha avanzado a pasos
agigantados, permitiendo a las fuerzas de seguridad resolver crímenes antiguos,
identificar víctimas y sospechosos con mayor precisión y rapidez, e incluso
anticipar características físicas de individuos desconocidos.
Mejora en la sensibilidad y velocidad de análisis
Uno de los avances más significativos ha sido el desarrollo
de métodos más sensibles para detectar y amplificar pequeñas cantidades de ADN.
Técnicas como la PCR (Reacción en Cadena de la Polimerasa) han sido
optimizadas, permitiendo analizar muestras degradadas o mínimas, como una
célula de piel, una gota de sudor o el simple contacto de una persona con un
objeto. Esto ha ampliado enormemente el espectro de pruebas utilizables en una
escena del crimen.
Además, la automatización de laboratorios forenses y la
introducción de plataformas de análisis de alta velocidad han reducido el
tiempo necesario para obtener un perfil genético completo, pasando de semanas a
apenas horas en algunos casos.
Bases de datos genéticas nacionales e internacionales
El crecimiento de bases de datos como CODIS (Combined DNA
Index System) en Estados Unidos y su equivalente en Europa ha permitido a las
autoridades comparar perfiles genéticos a nivel nacional e internacional.
Estas bases de datos contienen millones de perfiles de
delincuentes condenados, sospechosos y muestras sin identificar procedentes de
delitos, lo que ha facilitado la resolución de casos en cuestión de minutos.
Recuérdese una anterior entrada de este blog, en la que el ADN de una colilla
permitió resolver el caso Wanninkhof, condenar al culpable y sacar de la cárcel
a una inocente.
Por otra parte, se han establecido protocolos para compartir
información entre países, permitiendo colaborar en investigaciones
transfronterizas, especialmente en casos de terrorismo, trata de personas y
crímenes seriales.
Fenotipado forense
Una de las innovaciones más sorprendentes ha sido el fenotipado
forense por ADN, que permite inferir características físicas de una persona
(color de ojos, piel, cabello, forma facial) a partir de su perfil genético.
Aunque no reemplaza la identificación directa, puede ser crucial en casos sin
sospechosos conocidos ni testigos, proporcionando un retrato aproximado del
autor del delito.
Genealogía genética investigativa
La genealogía genética ha ganado notoriedad por su papel en
la captura de criminales seriales como el "Asesino del Golden State".
Esta técnica compara ADN hallado en la escena del crimen con bases de datos
públicas de genealogía, como GEDmatch, para encontrar parientes del sospechoso
y construir un árbol genealógico inverso.
Es decir, que en ocasiones se puede recurrir a bases de
datos de empresas a las que personas que no son delincuentes proporcionan su
ADN con la finalidad de encontrar a familiares a los que se ha perdido el rastro.
Lógicamente, un asesino no daría nunca su ADN a esas empresas, pero quizá sí un
familiar del asesino, dando así un hilo del que se puede tirar.
Un ejemplo: el caso de Eva Blanco
Un caso emblemático en España que ilustra el nuevo potencial
de estas técnicas es el de Eva Blanco, una joven de 16 años que fue violada y
asesinada de 19 puñaladas en 1997 en Algete, Madrid. Se encontró ADN del
violador y asesino, pero faltaba un sospechoso con cuyo ADN compararlo. Sin ese
sospechoso, no había nada que hacer, y ese sospechoso no apareció. Durante
años, el caso permaneció sin resolver.
En 2007, un especialista reexaminó la muestra de ADN y
concluyó que el asesino era de procedencia norteafricana. Era un indicio
importante, pero la investigación no pudo progresar, a pesar de que se
investigó a personas censadas en esa localidad de esa procedencia geográfica.
Más tarde se supo que el culpable no estaba censado en Algete, porque vivía en
una furgoneta.
En 2013, después de 16 años, la Guardia Civil reabrió la
investigación y solicitó muestras de ADN a voluntarios del entorno. Entre las
más de 300 muestras recogidas, la de un hermano del asesino resultó clave: su
perfil genético coincidía en un 97% con el ADN hallado en la escena del crimen,
lo que permitió identificar al verdadero culpable, Ahmed Chelh, un ciudadano
hispano-marroquí que había huido a Francia tras el crimen.
Fue detenido el 1 de octubre de 2015 en la localidad
francesa de Besançon y extraditado a España gracias a una orden europea de
detención. Cuatro meses después, se ahorcó en prisión con los cordones de sus
zapatos.
Este caso demuestra cómo los avances en la técnica del ADN pueden
resolver crímenes que años antes, con esa misma técnica, pero en un estado más
básico, parecían imposibles de esclarecer.
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