Imagen: foto de la
"bala mágica", utilizada en la Comisión Warren
que investigó el
asesinato de Kennedy en 1963-64. Dominio público
La cadena de custodia
En la novela negra solemos imaginar al detective brillante
que descubre la pista clave: una huella en el pomo, un casquillo junto al
cadáver, una fibra de tela en la uña de la víctima. Sin embargo, en la realidad
policial esos indicios no valen nada si no se garantiza algo mucho menos
novelesco: la cadena de custodia.
La cadena de custodia es, en esencia, el rastro documental
que demuestra que una prueba se ha recogido, transportado, almacenado y
analizado sin que nadie la manipule indebidamente. Es un hilo invisible que
asegura que lo que llega al juez es lo mismo que se encontró en la escena del
crimen. Si se rompe, la defensa puede pedir que esa prueba sea invalidada, y un
culpable podría quedar en libertad.
El inicio: la escena del
crimen
Todo comienza en el momento en que el primer agente
encuentra un indicio. Antes de tocarlo, debe fotografiarlo y describirlo.
Después, se recoge con guantes, se coloca en un contenedor adecuado (bolsas
estériles, sobres de papel, tubos) y se etiqueta con información clave: fecha,
hora, lugar, quién lo recogió y en qué condiciones. Desde ese instante, ese
objeto tiene una especie de “pasaporte”: cada persona que lo toque deberá dejar
constancia escrita.
El viaje de la prueba
Una vez recogida, la prueba pasa a manos del responsable de
custodia, que la traslada a dependencias policiales o laboratorios forenses.
Cada entrega y recepción queda registrada: hora, firma, cargo del agente. No es
un mero trámite burocrático; es la forma de blindar la prueba frente a
sospechas de manipulación.
Imagina una bala encontrada en un cuerpo. Si no queda
constancia exacta de quién la recogió y cómo se guardó, cualquier abogado
defensor podrá sembrar la duda: ¿y si alguien la cambió por otra? ¿y si se
perdió en el traslado y la “nueva bala” apareció por arte de magia? Esa duda
puede bastar para arruinar un caso entero.
El laboratorio y el
retorno
En el laboratorio, la cadena de custodia sigue siendo
esencial. El perito que analiza la muestra debe firmar su recepción, detallar
las técnicas empleadas y devolver la prueba al almacén, también documentando el
proceso. El ciclo se cierra cuando la evidencia llega al juzgado. Allí, la
validez depende no solo del resultado pericial, sino de que se pueda demostrar
que nadie la alteró desde el minuto cero.
Rupturas en la cadena
En la ficción, muchas veces se pasa por alto este aspecto.
Pero en la realidad, una rotura en la cadena de custodia puede tumbar
investigaciones millonarias. Desde una simple etiqueta mal escrita hasta la
pérdida temporal de una muestra, cualquier descuido puede ser letal para la
acusación.
En la novela negra
Para un escritor, la cadena de custodia es un recurso
narrativo muy potente. Puede ser el talón de Aquiles de una investigación
aparentemente perfecta. O el cabo suelto que un abogado sin escrúpulos
aprovecha para liberar a su cliente. En otras ocasiones, puede convertirse en
un detalle que dé verosimilitud a una trama: el lector se engancha cuando
percibe que detrás del humo del misterio hay procedimientos sólidos y reales.
En definitiva, la cadena de custodia no es tan vistosa como
una persecución en coche o un interrogatorio a gritos. Pero, sin ella, ninguna
prueba forense podría sostenerse en un tribunal. Es el verdadero guardián de la
justicia en la sombra.
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