Imagen: fragmento de Asesinato
en la casa,
de Jakub Schikaneder.
Dominio público.
La novela negra nació para explorar la oscuridad del ser
humano, no para exhibirla. En sus mejores momentos, el género fue una
radiografía moral: cada crimen revelaba una grieta en la sociedad o un trauma
sufrido. Sin embargo, muchas de las novelas superventas actuales parecen haber
olvidado esa misión. La violencia ya no surge como consecuencia inevitable del
conflicto humano, sino como puro adorno, una estrategia para mantener al lector
en vilo a golpe de impacto.
Cómo se presenta la
violencia en la novela negra
El problema no es que haya violencia —la violencia es parte
de la condición humana—, sino cómo se presenta. Antes, el asesinato era el
punto de partida de una búsqueda interior: ¿por qué alguien mata? ¿Qué fuerzas
lo empujaron a hacerlo? ¿Qué consecuencias ha tenido para la víctima y sus
familiares? Ahora, en demasiadas tramas, la sangre sustituye al alma. Los
personajes actúan, pero rara vez piensan o sufren. Los criminales son monstruos
vacíos, no seres humanos desbordados por el dolor, el trauma, la culpa o la
desesperación.
¿Ritmo o profundidad?
El resultado es un género cada vez más ruidoso, pero menos
profundo. Se ha sacrificado la investigación psicológica —la esencia del noir
auténtico— en favor del ritmo frenético. Sin introspección, la violencia se
convierte en un espectáculo sin consecuencias. La víctima apenas importa; el
asesino, menos aún.
Las grandes novelas negras no se limitaban a contar
crímenes: los comprendían. Dashiell Hammett o Patricia Highsmith no describían
cadáveres ni hechos sangrientos, sino conciencias rotas. Mostraban cómo la
violencia brota de la soledad, del miedo o del trauma sufrido en la infancia.
Ese era el verdadero misterio: no quién mató, sino por qué lo hizo, y la duda
de que quizá todos podríamos hacerlo bajo las circunstancias adecuadas.
Salpicaduras de sangre y
superventas frente a reflexión
Hoy, cuando el mercado premia la violencia explícita y la
psicología compleja parece un lujo, defender la profundidad del personaje es un
acto de resistencia literaria. La buena novela negra no necesita un reguero de
cuerpos ensangrentados; necesita almas en conflicto. Porque la oscuridad que
interesa no es la de los callejones húmedos ni la sangre sobre el asfalto, sino
la que se esconde en el corazón humano.
Y este es el debate: ¿Cuál de los dos caminos es preferible
en la novela negra? Yo ya he elegido el mío.